Sibila
Algo queda
La vida según Leon Battista Alberti
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La vida según Leon Battista Alberti

De pequeño yo quería ser sabio. No sé si fue este deseo, extraño en un niño entonces como ahora, el que me hizo crecer en soledad o fue mi temprano temple solitario el que hizo nacer en mí ese deseo inverosímil: nunca se sabe con estas cosas qué ocurre antes. Lo cierto es que mis querencias me llevaban al silencio, a la lectura, al paseo y las charlas pausadas, o a los juegos basados en la reconstrucción dramática de una historia y en diálogos improvisados. Al menos siempre había amigos más o menos constantes que se me juntaban. Siempre encontraba alguno.

Que no llegaría a ser sabio lo descubrí relativamente pronto; no abrumaré al lector con los pasos sucesivos de esa certeza decepcionante, porque las intuye sin mí. La cosa es que mi deseo de saber, según averigüé mucho después, era de esos que hoy llamamos “enciclopédico” o “renacentista”. Expresiones estas, la de “sabio renacentista” o “saber enciclopédico”, que las raras veces en que ya se oyen van acompañadas de algo así como un suspiro de nostalgia, de una música de despedida. Constataciones fatalistas como "qué se va a hacer, la especialización es lo único que nos resulta hacedero..." nos confortan de esta extendida y generalizada ignorancia, nada “docta”

Dicen que a los 12 años ya está formado en su arquitectura básica el futuro hombre o mujer: la edad sólo admite pequeñas correcciones por el inevitable ensayo y error o pequeños matices del tamaño de las arrugas. Quizá por eso nunca abandoné del todo mi proyecto, en contra de todas las evidencias que la vida me va dando de que eso no va a ser ya posible.

En otro tiempo, por ejemplo, me dio por leer y comentar con mis alumnos una semblanza apasionada y admirativa que Jacob Burckhardt dedica a Leone Battista Alberti en su no menos apasionado libro sobre la cultura del Renacimiento italiano. Cuando lo hice la primera vez fue por una rebelión, que cada vez siento más enconada en mí, contra el fatalismo que día a día invade sin remedio, como una atmósfera o neblina, colegios, institutos o universidades. Si las vidas de héroes y santos funcionaron durante siglos para la creación de modelos con los que crecer, ¿por qué, como siguiendo una encomienda colectiva, hemos abandonado las semblanzas de los sabios?

Alberti, decían, que era capaz de saltar con los pies juntos por encima de un hombre situado frente a él. Su fuerza y presencia muscular asustaba a los caballos cuando se les acercaba. Aprendió música sin maestros y llegó a ejecutar y componer con maestría. No sólo estudió Derecho sino que llegó a ser perito en ciencias físicas y matemáticas. Cultivó en latín géneros literarios del pasado del mismo modo que, con toda naturalidad, se pergeñó en varios voluminosos volúmenes un tratado sobre economía doméstica.

Por supuesto, en el terreno que le hizo más famoso: el del arte y la arquitectura, sentó cátedra sobre cuestiones que aún hoy están en la base de los estudios sobre la construcción artística. No le hizo ascos al saber de las manos: según Burckhardt, conocía las artes de distintos oficios y no paraba mientes en preguntarle a un zapatero por los secretos de sus remiendos. Se coleccionaron y editaron sus dichos y sentencias y llegó a alcanzar cierta fama como profeta del futuro...

Pero donde los alumnos se quedaban más pasmados, y cuando por unos minutos me llegaba a parecer posible otro mundo mejor que éste, es cuando llegábamos a los “subidones” emocionales que le provocaba la simple contemplación de un árbol hermoso: se decía que una vez curó de una enfermedad sólo cuando lo sacaron al campo y se puso a mirar un paisaje bello. O cuando confesaba pasarse horas admirando la belleza del rostro de los ancianos... Oh tiempos, oh costumbres.

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Sibila
Algo queda
Las palabras se las lleva el viento, pero el viento también lleva hojas, semillas y recuerdos... Algo queda.