Sibila
Algo queda
Submarinos de madera
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Submarinos de madera

La infancia dura poco y en ella se decide todo: a los 15 años ya nos convertimos en adultos. A partir de ahí los cambios son poco significativos y ya, por decirlo con la frase hecha, está todo el pescado vendido. Por eso son tan importantes los juegos y, particularmente, los juegos en los que la imaginación suple las carencias materiales, como hace el niño de la fotografía.

Ha construido una mesa de billar sobre un suelo polvoriento con materiales rudimentarios. La búsqueda y hallazgo de tal solución equivale, o supera, a un trimestre de colegio, con sus lecciones y deberes sobre el mundo abstracto. Pienso en ello en estos días en que está acabando el curso escolar, y en muchas precarias aulas del mundo resuenan los cañonazos de cualquiera de las múltiples guerras que devastan paisajes y poblaciones enteras. Muchas paredes de esas aulas tiemblan a causa de los bombazos cercanos o, literalmente, han desaparecido, volatilizadas.

La imaginación al poder, decía la famosa proclama del 68. Es más necesaria que nunca, sobre todo antes de los 15 años. Yo, que nací con la televisión -lo siento- me defendía de su influjo malvado, jugando, reproduciendo las tramas y escenarios de algunas series que me gustaban, en el corral de mi casa familiar. Recuerdo especialmente la construcción de un submarino con los palos que mi padre -era carpintero - dejaba por allí, algunas cuerdas de las que traían antes las viejas escobas, y cartones arrumbados de cajas inservibles que venían ni que pintadas para los relojes y monitores necesarios en un submarino. De lo que más orgulloso me sentía era del periscopio, que subía y bajaba, para poder observar el mundo de la superficie desde aquellas profundidades en que mi imaginación me situaba…

Otros escenarios, como un rancho del lejano Oeste, con caballos que eran escobas, que atábamos junto al abrevadero, eran más fáciles técnicamente, pero igual de divertidos. Gracias a ese esfuerzo, no solo me libraba de la influencia televisiva, neutralizándola y haciéndola mía, sino que sobrevolaba, a lo lejos y a lo alto, aquella infancia gris de niño pobre en aquella España gris y opresiva en la que me tocó crecer…

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Sibila
Algo queda
Las palabras se las lleva el viento, pero el viento también lleva hojas, semillas y recuerdos... Algo queda.
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Aparece en el episodio
Manuel Jiménez Friaza