Sibila
Algo queda
Automática imperfección
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Automática imperfección

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Una canción del segundo álbum de Marlango, de 2005, que me fascina desde entonces, llevaba como título “Automatic imperfection”. Recuerdo haber leído una entrevista de Leonor Watling, en la que la cantante del grupo, explicaba la elección de ese nombre porque era una buena síntesis de lo que nuestra vida misma es: una mezcla de automatismos e imperfecciones que son, al cabo, su razón de ser y encanto. Creo -automática imperfección de la memoria- que la anécdota que detonó en el grupo la idea del álbum eran las inexplicables averías o cuelgues de los sistemas operativos, automáticas imperfecciones informáticas, que acaban por formar parte del trabajo cotidiano con el ordenador.

Como la vida misma, pues, según recuerdo que decían los de Marlango -hoy ya reducido a un dúo- en su página web, a propósito de este disco. Y de hecho, esa pinta tiene. Nos lo señala y cuenta la ley de Murphy cada vez que se nos cae un pastel al suelo; o el mismísimo principio físico de la entropía: la tendencia universal al desorden. Que sólo hay que ver una casa al cabo de un año de cerrada y sin presencia humana... Pero es que justamente ahí está la cosa: en la presencia humana que da vida -literalmente- a la casa propiciando el espacio y el tiempo ordenados para que la vida, más allá de la necesidad, (y el color y la risa, y la cama limpia contra la pared blanca tengan lugar, para que ocurran) sea vivible para nosotros.

Y sin embargo. A pesar de eso, tan claro como que es, los momentos estelares de nuestra especie han tenido lugar por la aspiración humana a romper con ese automatismo. A través de guerras, tragedias y desgracias sin fin, de formidables errores y aberraciones, el “ello puede ser”, “ello es” en pos de ideas absolutas y perfectas como la dignidad, la justicia o la libertad, con cuanto trabajito, permiten que, en nuestro Occidente al menos, podamos hablar siquiera de “estado del bienestar”, de ocio, de derechos civiles. Es que, además, si la automática imperfección -entendida ya como un destino- fuera tan inevitable, no habría tantos intelectuales insistiendo en ella. Lo evidente lo es de una vez por sí mismo, no necesita tanto eco y necesidad de convicción.

Mi amigo, el pintor Rodolfo, usaba la imagen cotidiana del zurcido y el remiendo (¿aún no te has convencido de ello? -me decía, cuando se me ocurría hablarle de utopías). Muchos pensadores prestigiosos no dejan de decirlo a su manera en cada una de sus reflexiones públicas: las abominaciones históricas que en nombre de ideas absolutas o -sueños de perfección, según el hallazgo lingüístico de Marlango que les propongo hoy- se han cometido en nuestra Europa. Y tantas, y tantos.

Pero es esa misma machaconería la que hace sospechar una falla en esa que se nos dice “inevitable” y automática imperfección de nuestras sociedades. Y es por donde la imperfección continua del mercado universal, esa colosal y automática depredación del planeta y mercantilización de absolutamente todo (la infancia, el sufrimiento, la educación, el amor, la muerte...) a que asistimos impertérritos, nos lleva a sospechar que no es así, que no tiene por qué ser así.

El vestido remendado hasta el infinito de nuestras democracias luce tremendas costuras por la que nos está entrando todo el frío del Tercer Mundo que implosiona en nuestras mismas calles. La saga de gobernantes tan automáticamente imperfectos que, arrastrados por el automatismo del pensamiento único, padecemos no son un “fatum”. Las señales continuas -casi automáticas- de los múltiples desastres posibles que nos atenazan, desde los rearmes convencionales o nucleares hasta el desastre anunciado del clima, son avisos más que suficientes de la necesidad acuciante que tenemos de plantarle cara al viejo Murphy otra vez más. Quién sabe, tal vez ésta fuera la buena.

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Sibila
Algo queda
Las palabras se las lleva el viento, pero el viento también lleva hojas, semillas y recuerdos... Algo queda.